En la madrugada de una vida apenas comenzada,
llegaste como un rayo de luz inesperado,
tus ojos, ventanas al futuro,
tu llanto, un eco de esperanza y desafío.
Ella, joven y valiente,
con sueños aún en construcción,
te recibió en sus brazos temblorosos,
encontrando en tu pequeño ser, un nuevo propósito.
El mundo murmuraba sus dudas,
susurros de juicio y de temor,
pero en su corazón, solo había amor,
una fuerza inquebrantable, un instinto feroz.
Cada amanecer, una prueba de su fortaleza,
cada sonrisa tuya, un motivo para seguir,
en la fragilidad de su juventud,
descubrió una maternidad poderosa y resiliente.
Los días se llenaron de primeras veces,
primeras risas, primeros pasos,
y en cada logro, una afirmación,
de que juntas, podrían conquistar cualquier obstáculo.
La adolescencia, un paisaje de cambios,
transformada por la responsabilidad y el amor,
ella, navegando las aguas de la juventud,
mientras te guiaba por los senderos de la vida.
Sus manos jóvenes, pero firmes,
te acunaron en noches de desvelo,
sus sueños se mezclaron con los tuyos,
tejiendo un futuro para ella esperanzador.
El mundo, con su mirada crítica,
no vio la belleza de su viaje,
pero en cada palpitar de su corazón,
sabía que su amor por ti era suficiente.
Eres la luz en su camino,
un recordatorio de la fuerza de la juventud,
en tu mirada, ella encuentra su valentía,
y juntas, redefinen lo que significa ser madre e hija.
-Silvana Valenti
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