Somos los hijos de la tecnología,
nacidos en un mundo de pantallas y píxeles,
nuestros primeros pasos, trazados en bits,
nuestras primeras palabras, ecos digitales.
Crecemos en la luz fría de las pantallas,
nuestros amigos, perfiles y avatares,
nuestras conversaciones, mensajes instantáneos,
construyendo conexiones a través de cables invisibles.
Nuestros sueños están cargados en la nube,
guardados en servidores lejanos,
navegamos por mares de información,
buscando sentido en el flujo interminable de datos.
La memoria de nuestra infancia es un algoritmo,
recuerdos codificados en hashtags y likes,
nuestros juegos, mundos virtuales,
donde la fantasía y la realidad se entrelazan.
Pero en medio de la interconexión constante,
nos encontramos solos, buscando humanidad,
anhelando el toque de una mano real,
el calor de una mirada sincera.
Somos los hijos de la tecnología,
nuestras vidas, un equilibrio precario,
entre la conveniencia digital
y la necesidad innata de conexión humana.
Nos reinventamos con cada actualización,
reiniciamos nuestros corazones y mentes,
esperando encontrar en la red infinita
un reflejo auténtico de nuestro ser.
En la dualidad de nuestro mundo,
aprendemos a navegar con cuidado,
sabiendo que la verdadera conexión
reside más allá de las pantallas brillantes.
-Silvana Valenti
Comments
Post a Comment